martes, 20 de octubre de 2009

Voces verdes (como la naturaleza, como el dólar)

LA CAÑA DULCE

A Jorge Rossi

Sobre las hierbas del trópico
erguíase elegante el cilíndrico
tallo de la caña dulce.
Mordióla un diente curioso,
y encontróla grata al paladar.
Mordiéronla otros mil,
y otras tantas, fue grata al paladar.
Por fin, mordiéronla los dientes
de acero del trapiche,
y su linfa cuajóse
en dulce nieve…
Nieve que también resultó
muy grata al paladar del oro.
Y desde entonces, tornóse amarga,
la linfa clara de la caña dulce”

Antonio Torres: Razón de Soledad,
Ed. del Autor, 1963, Tucumán, p. 24


El Familiar verde

Todo productor rural sabe que así como hay distintas técnicas para sembrar, también las hay para cosechar. La que elija dependerá de los recursos que cuente antes de poner en marcha su tarea, es decir, de cuánto está dispuesto a gastar. En este marco, la quema de caña es una técnica relativamente barata y considerablemente remunerativa para el productor, pues al quemar la caña se logra eliminar la maloja y ello hace que aumente su peso, lo que se traduce en una mayor ganancia para el pequeño y mediano empresario rural a la hora de venderle su producción al ingenio.
Recientes leyes provinciales establecieron la criminalización de la quema intencionada como técnica de cosecha, por lo que ahora los productores están obligados a emplear técnicas diferentes, que son más costosas y menos remunerativas. Autoridades del Estado, concientes de esta situación, decidieron darle la solución más compleja al problema: en lugar de obligar al ingenio a que aumente el precio que le paga a cada productor por la compra de su cosecha, decidieron promover la fabricación y adquisición de cosechadoras de caña en verde.
A primera vista, el proyecto no tiene nada de malo, puesto que la quema de caña es, efectivamente, una práctica contaminante que debe ser erradicada. La nueva cosechadora de caña en verde, diseñada por el INTA en Reconquista y en Famaillá, tendría un valor mucho más bajo que el de las cosechadoras integrales que se emplean en los ingenios, lo que en principio las haría accesibles a los cañeros pequeños y medianos (se trata en este caso no de una máquina de arrastre, sino de una que se conecta a un tractor mediano y corta, pela y despunta la caña, que después vuelca sobre un carro con capacidad para dos toneladas). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la máquina aún es considerada por la mayoría de los especialistas como un prototipo, el cual necesita atravesar por una serie de ajustes y reajustes tendientes a mejorar el sistema de corte para no dañar la cepa, a perfeccionar el sistema de pela y a optimizar el sistema de despunte.
Funcionarios del gobierno se muestran contentos con esta iniciativa. Arguyen que no sólo están dando soluciones para terminar con el daño ambiental, sino que también “estimulan el crecimiento de la industria metalmecánica”, como ha dicho Jorge Gassenbauer, ministro de Desarrollo Productivo de la provincia. Lo que Gassenbauer ignora es que la situación actual de la industria metalmecánica agrícola de Argentina se encuentra en medio de una crisis, ocasionada por el ineficiente manejo del sistema de bonos fiscales compensatorios que lleva a cabo el gobierno nacional.
De todos modos, el gobierno anunció que, como muestra de buena fe, regalarán un puñado simbólico de cosechadoras a algunas cooperativas; pero desde el gobierno tienen poco o ningún interés en impulsar una política de créditos para facilitar la adquisición y el mantenimiento de las cosechadoras de caña en verde. Lo que sucede es que primero establecieron la ley que convierte al productor en un criminal, y recién un tiempo después –tras haber desplegado costosos operativos de vigilancia y tras haber repartido numerosas multas– proponen una solución, o mejor dicho, un “prototipo” de solución. Y los beneficiados detrás de toda esta movida de rápido castigo y lenta respuesta son los industriales, siempre tan dispuestos a devorar los terrenos de los pequeños y medianos productores rurales para ampliar sus latifundios.
Así puede decirse que, mientras la leyenda decía que el antiguo Familiar era una bestia negra que devoraba obreros para asegurar la opulencia de los patrones, la realidad de este nuevo Familiar nos lo muestra como una bestia verde que sigue haciendo lo que hacía su padre, sólo que sus víctimas son ahora los cañeros independientes.

La ceniza en el ojo ajeno y el hollín en el propio

Más allá de toda la campaña ecologista en contra de los cañeros que promueven los industriales –en complicidad con las autoridades del Estado–, ellos también causan un grave daño ambiental. La Unión de Vecinos del Sur (UNIVEC) es un movimiento multisectorial y policlasista que desde hace un largo tiempo ya viene denunciando a los ingenios por sus actividades contaminantes. Como es de esperarse, ni el gobierno ni la prensa le da demasiada importancia a lo que dicen.
Los ingenios son industrias con una enorme capacidad para contaminar. A diferencia de lo que le ha sucedido a los cañeros, el gobierno no toma ninguna sanción ejemplificadora contra ninguno de los ingenios. Los ingenios, mientras ensordecen con el ruido de sus maquinarias y apestan con el olor de las vinazas que se decantan al aire libre, tapan ciudades en época de zafra con esa lluvia negra tan infausta como molesta –la cual, curiosamente, no tiene en el habla popular ningún nombre particular, lo que le confiere cierta invisibilidad o indiferencia, como si fuese un acontecimiento del que nadie se hace cargo. A lo máximo que llega el gobierno con respecto a este asunto es a la propuesta de sugerencias a los ingenios provinciales para que parte de la inversión que actualmente la mayoría realiza a toda velocidad para aumentar su producción se destine a resolver la problemática ambiental. De cualquier manera, si los ingenios no acatan estas sugerencias el gobierno no se muestra muy apurado ni entusiasmado para recordárselas.

De la alconafta al azúcar negra como el petróleo

La producción de combustibles a partir de la caña de azúcar está, actualmente, en pleno auge en nuestra provincia. Sin embargo la idea no es nueva: ya en el año 1928 el ingeniero Luís Giacosa había diseñado un combustible que mezclaba el alcohol de la caña con el petróleo. A través de los años hubo infinidad de proyectos para reflotar la alconafta, hasta que en la década de 1980 se logró promover por un tiempo un plan nacional que alentaba el consumo en el ámbito automotor de grandes cantidades de alcohol producido a partir de la caña; empero, dicho plan se vino abajo por los vaivenes de la economía.
El escenario vigente es distinto. Ahora existe una ley nacional que hace obligatorio el uso de un porcentaje de etanol por cada litro de nafta. Esta ley es producto de una movida global que involucra a las petroleras más poderosas del mundo, y no es más que una estrategia para seguir con su explotación indiscriminada al mismo tiempo que se fabrican una imagen de empresas con “conciencia ecológica” ante la opinión pública. Rápidamente, entonces, Tucumán está obligado a producir el doble de alcohol que se produce anualmente, como primer paso para acoplarse a esta movida. Se pretende que los cañaverales se conviertan en una fuente sustentable de energía.
Lo destacable aquí es que los cañeros independientes no entran en los planes de las petroleras. Los industriales, tras asumir los costos de la inversión para la fabricación de refinerías, no piensan incluir a los cañeros en el negocio del etanol. Es decir, según el sistema en uso, los ingenios suelen pagarles a los cañeros con un porcentaje en azúcar, que luego éstos venden a otras empresas o comercializan de alguna forma. Dicho sistema, según lo que pretenden los industriales, no se aplicaría en caso de que sea alcohol el producto final.
Esta situación ya generó un conflicto entre los gremios que agrupan a los cañeros independientes y la patronal de los ingenios. Se estima que en Tucumán (a diferencia de Salta o Jujuy, donde prácticamente no existen los cañeros independientes) el 85% de la caña que se procesa en los ingenios proviene del trabajo de los pequeños y medianos empresarios rurales. Como la producción debe crecer significativamente en los próximos años, entonces los industriales han comenzado una campaña para barrer con los cañeros independientes. La exclusión del negocio del alcohol y la prohibición de la quema de caña son sólo los pasos iniciales de una estrategia orientada a capturar terrenos, tecnificarlos para incrementar la producción y contribuir a que las petroleras jueguen sucio pero que no se note. La dulce nieve se mancha ahora con el amargo petróleo.

Un barón del alcohol

El ingenio Aguilares es una clara muestra de la voracidad de los industriales. Ubicado en el interior de la sureña ciudad, año tras año contamina impunemente el medio ambiente mientras funciona como la principal fuente de trabajo de los habitantes de la localidad y de los alrededores. Su dueño es un grupo empresario que encabeza el otrora chatarrero Jorge Rocchia Ferro.
El grupo de Rocchia Ferro no sólo es dueño del ingenio Aguilares, sino que posee también otras plantas procesadoras de caña, además de varios hoteles y hasta una universidad privada. También es el principal accionista de Northwest, una petrolera pequeña que desde su creación impulsa el uso de alcohol como combustible. Por tanto el interés de Rocchia Ferro por el desarrollo de la industria de los biocombustibles es notorio. Tan notorio, de hecho, que los tucumanos podemos ver a Rocchia Ferro casi desesperado por conseguir más terrenos productivos, tanto legal como ilegalmente.
El propio empresario, ¿inocentemente?, sostiene que antes, cuando se hablaba de la industria azucarera en Argentina, se hablaba “del Norte, de Tucumán, de los cañeros, de los industriales. Ahora no se habla en esos términos: ya se trata de la industria azucarera argentina. Se engloban absolutamente todos los factores.” A partir de esas palabras queda en evidencia que Rocchia Ferro o ignora a la realidad tucumana o la tergiversa. La industria azucarera tucumana no es como la jujeña, en donde la empresa Ledesma (una especie de socia del holding de Rocchia Ferro) domina el escenario, y en donde los cañeros independientes, si existen, son irrelevantes. En Tucumán, aunque no le guste a Rocchia Ferro (o a Ledesma), hay todo tipo de fricciones entre los cañeros, los industriales y los obreros de ingenio y de surco (que año a año combaten por salarios dignos, mejoras en las condiciones de trabajo y la obtención de planes interzafra).
La visión “englobadora” de Rocchia Ferro saca a la luz su voluntad monopolista. Desde esa perspectiva los emprendimientos turísticos y educativos quedan expuestos como lo que verdaderamente son: una manera de lavar su imagen, un esfuerzo para que su voracidad capitalista quede disimulada ante la comunidad tucumana.

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