lunes, 12 de octubre de 2009

Ganadería, contaminación y corrupción en Tucumán

GaNOAdería

Según los especialistas, la región del NOA es uno de los territorios argentinos cuyas posibilidades para el actual desarrollo de la ganadería vacuna son muy alentadoras. Ello sucede porque la ganadería tradicional de la Pampa Húmeda está siendo cada vez más velozmente suplantada por la agricultura, haciendo que el resto del país se abra como nunca antes a la recepción de esta actividad.
A medida que durante las últimas dos décadas se comenzaron a introducir todo tipo de semillas transgénicas, los campos en los que se engordaban novillos empezaron, paulatinamente, a tornarse campos agrícolas de altísima productividad. Hoy en día uno de esos campos (limpiados por el glifosato y recuperados por la siembre directa) produce hasta 4.000 kilos de soja por hectárea, lo que equivale a 1.500 kilos de carne de novillo por hectárea, cifra inalcanzable para un productor pecuario, ya que normalmente la producción de carne de novillo ronda los 400 kilos por hectárea. Las opciones para los productores rurales, ante esos números, son más que claras: unirse a la siembra de soja o perder muchísimo dinero.
Por este motivo, ante una enorme pérdida de influencia, el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna de Argentina (IPCVA) ha fijado sus ojos en el NOA. Su propuesta es implementar un Plan Regional Ganadero en el que la inversión sea segura, garantizándole a la producción una rentabilidad atractiva. Como era de esperarse, se pretende que el Estado acompañe esta iniciativa no sólo levantando obstáculos sino también colaborando mediante la implementación de una política de otorgamiento de subsidios.

Subsidios, corrupción e irrupción técnica

Es sabido que, en este país, todo programa de subsidios y compensaciones suele promover actos de permanente corrupción. El campo lo vivió recientemente a través de la desastrosa gestión de la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (ONCAA), que impulsó una serie de medidas para someter a muchos establecimientos agropecuarios a un entramado burocrático de subsidios, con el fin de generar una relación de dependencia directa entre aquellos y el Estado.
La discrecionalidad en el otorgamiento de permisos que promovió el ONCAA favoreció sólo a ciertos rubros del sector agrícola, siendo los feed-lots o corrales de engorde ganadero los más beneficiados. En efecto, en los últimos 5 años, los feed-lots (junto a los molinos harineros, las procesadoras avícolas y los frigoríficos exportadores de carne) crecieron a un ritmo desmesurado.
El número de feed-lots aumentó un 60% en los últimos tres años, haciendo que aproximadamente el 40% de la faena nacional sea engordada en corrales antes de ser terminada “a campo”, mientras que el 30% recorre el camino inverso. Por tanto se estima que 7 de cada 10 novillos que llegan al mercado de consumo interno pasaron antes por un feed-lot, lo que significa que el famoso modelo de agricultura pastoril que se desarrollaba en Argentina (y que garantizaba una carne de excelente calidad) hoy en día está en vías de extinción. De ese modo queda en evidencia que los subsidios, como era de temerse, no promueven la calidad sino la cantidad, lo que también implica que se prioriza la entrega de dinero para los grupos que más ganado tienen, en claro detrimento de los pequeños y medianos productores.

La bosta de los feed-lots

Los feed-lots no son más que grandes concentraciones de hacienda en espacios reducidos, sometidas a procesos artificiales de crecimiento; por tanto la contaminación ambiental y el daño al bienestar animal son dos consecuencias inevitables.
Tiene que tomarse en cuenta que cada animal –en el interior de un feed-lot– genera un promedio de 35 kilos de deyecciones sólidas por día, lo que se traduce en algo que muchos productores prefieren omitir: implementación de costosos sistemas de recolección, almacenaje y distribución de las deyecciones, los cuales requieren de elevadas sumas de dinero para costear los gastos energéticos, además de la contratación de mano de obra calificada. Por ello sobran en todo el país los informes y las denuncias de habitantes que viven en la cercanía de este tipo de establecimientos: las denuncias más frecuentes son sobre náuseas, reacciones alérgicas y vómitos provocados por la invasión de insectos y roedores, los olores pestilentes y la contaminación de las napas freáticas que generan los corrales de engorde. Enfermedades como la fiebre hemorrágica argentina, el síndrome renal y pulmonar por hantavirosis, la leptospirosis, la salmonelosis, la triquinosis y la coriomeningitis linfocitaria son los peligros más graves para los vecinos de feed-lots.
Pese a ello no puede admitirse que la producción ganadera no sea necesaria. No obstante, mientras ésta no se haga guiada por un eficiente tratamiento de efluentes y bajo un control riguroso de plagas, será mayor el daño que el beneficio. Mientras que en otras partes del mundo antes de habilitar un feed-lot se considera su capacidad de carga, su escala productiva, las características del lugar donde van a radicarse los establecimientos, y el entorno ambiental y social, en Argentina todo ello se pasa por alto. Si las gestiones y el lobby del IPCVA tienen éxito, en poco tiempo comenzaran a pulular los empresarios (de la provincia y de otros sitios) que inviertan poco para instalar y mantener –con subsidios estatales– feed-lots y frigoríficos que seguramente no estarán debidamente preparados para minimizar el impacto ambiental, y que sumarán un factor contaminante a nuestra provincia de las aguas envenenadas por las actividades de las mineras y de los ingenios productores de bioetanol, de aires afectados por los quemadores de caña, y de tierras arruinadas por los pésimos tratamientos de los basurales.

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