viernes, 16 de octubre de 2009

Autoritarismo impositivo

La ola de Rentas

Pablo Adrián Clavarino es un curioso personaje que apareció en Tucumán a finales de octubre de 2003. Contador y abogado, especializado en Derecho Tributario, este funcionario llegó para ser ungido como la principal autoridad de la Dirección General de Rentas de la provincia, la oficina pública que tiene la esvástica por logotipo (cabe la aclaración: durante la gobernación de Alperovich se renovaron todos los logos de las reparticiones del Estado, con la intención de imprimirles un nuevo estilo; la empresa que se ocupó del trabajo tuvo la idea de utilizar dos figuras simples –una celeste y otra azul– y someterlas a una alocada combinatoria, para dotar de identidad corporativa a los más importantes organismos del Estado; a Rentas, ¿casualmente?, le tocó algo que se asemeja demasiado a una cruz gamada).

Desde el primer día, Clavarino impuso su estilo. En consecuencia, la presión fiscal comenzó a notarse de un modo violento a lo ancho del territorio provincial. Las renovadas políticas de fiscalización y las actualizadas normas impositivas se hicieron sentir mensualmente en quienes deben cumplir con las obligaciones fiscales. Todo ello ha contribuido para generar una imagen de Clavarino como “hombre de acción” –a nadie extrañaría que un día de estos tome a alguien por los tobillos y lo sacuda cabeza abajo para ver si caen las monedas que esté ocultando.

El clavarinismo se ha hecho notar no sólo en el frente externo de Rentas, sino también en el interno. Orgulloso de su apoyo a la inteligencia fiscal –es decir orgulloso de trabajar en los márgenes de la ley para obtener información sobre a quien seguir con mayor ferocidad y sobre a quien monitorear con mayor insistencia– ha hecho de su despacho un reflejo de su voluntad panóptica: un gigantesco plasma, ubicado al lado de una imagen suya con el gobernador, muestra lo que las numerosas cámaras diseminadas por todo el edificio observan sobre la actividad de los empleados a su cargo.
Pero su interés no es sólo el de encontrar disidentes, por lo que también su mirada pretende ir más allá de la mera vigilancia. Las cámaras, confía Clavarino, le mostrarán empleados felices. Para garantizar esto último, el director ha promovido una serie de medidas que son más propias del ámbito privado (ámbito en donde el empleado talentoso puede renunciar e irse a la empresa competidora, por lo que se busca retenerlo dándole elementos para que se identifique con la empresa, al mismo tiempo que se mejora y distiende el clima laboral del resto de los empleados). Así Clavarino ha apostado fuertemente a la reorganización y modernización de su departamento de Recursos Humanos, con el fin de que éste inicie un programa de actividades paralaborales destinado a disminuir los índices de estrés y mejorar la comunicación interna. Lo importante es que “todos se pongan la camiseta”, pues mientras más leal es un subordinado, más dispuesto está a no cuestionar si lo que hace es moral, política o éticamente malo. Clavarino promueve la famosa “obediencia debida” no con el fin de eliminar la burocracia (basta con ir a hacer un trámite para notarlo) sino para dinamizarla. La idea última es que la Dirección General de Rentas se asemeje a un banco, en el que uno deposita su confianza junto a su dinero –y que termina haciendo todo lo que no debe después, como un lobo con piel de cordero.

Intimaciones, tensiones y aprietes


Las numerosas multas y juicios que Clavarino auspicia nacen de la acción de sus empleados. Dicho de otro modo, el verticalismo que opera en Rentas (mediante el cual Clavarino carga con toda la responsabilidad final, haciéndose cargo tanto de lo bueno como de lo malo de su gestión) depende de que todos los elementos internos sigan la misma dirección. Es por esta causa que UPCN ha levantado su voz contra Clavarino, denunciándolo por ejercer el mobbing antes quienes no compran su idea de convertir a su lugar de trabajo en su familia. Es tal el deseo centralizador del director de Rentas, que parece olvidar que él es un trabajador del Estado y no un omnipotente CEO de una empresa privada.
En una entrevista, Clavarino fue contundente: “estoy convencido de que, al menos, el 80% del personal del organismo está conforme con la gestión. Sin ellos no habríamos logrado tanto. Del otro 20% he recibido críticas falaces y hasta me imputaron cosas infundadas. No les doy entidad.” De allí se deja ver que a ese 20% de disconformes Clavarino no los quiere ver ni vivos ni muertos, sino que desea quitarles su entidad o, como decía un General condenado por la justicia, “hacerlos desaparecer” (al menos de la mirada de sus cámaras). Tan a pecho se ha tomado esta idea, que una de las medidas más criticadas de su gestión es la de trasladar arbitrariamente a los empleados hacia receptorias del interior de la provincia, sin respetar su antigüedad ni interesarse por su consentimiento.
Por otra parte Tomás Luciani, un periodista cuya obsecuencia alperovichista se diluyó hace poco (cuando el gobierno decidió quitarle la publicidad oficial), señala que Alperovich transformó a Rentas en un grupo de choque, para apretar a todos aquellos que son opositores a su autoridad. Luciani sostiene que hay empleados que no comulgan con los “métodos delictivos de la Casa de Gobierno” y por ello alertan a quienes les llegarán las inspecciones, además de develarle detalles sobre las internas a la prensa antiguamente obsecuente.


La moralidad de los impuestos


Todos estamos de acuerdo en que pagar los impuestos es una obligación legal. ¿Pero es también una moral? Tener los impuestos al día es un modo de contribuir con el bienestar social, pues el dinero supuestamente retorna –directa o indirectamente– al contribuyente. Sin embargo sabemos que esa idea es más una expresión de deseo que una realidad. Una buena parte del dinero de los contribuyentes, sobre todo el de los pequeños y medianos, termina en las cuentas bancarias de muchos funcionarios, desvirtuándose así la esfera pública a favor de la privada.

Clavarino se vende como uno de los hombres del gobierno más eficientes, lo que lo transforma en un posible político con buena imagen. Sin embargo no debe olvidarse que dicha eficiencia la logró centralizando el organismo estatal que él dirige, verticalizando su poder como un dictador al que le molestan los sindicatos que no son serviles con su gestión, trabajando para que la burocracia sea una garra de hierro (y no una de madera) que agarra al moroso por el cuello. Si la actividad de Rentas fuese más transparente, si el destino final de los impuestos pudiese ser monitoreado por los contribuyentes, entonces quedaría más en claro que funcionarios como Clavarino son más un problema que una solución.

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